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Penélope

  Penélope se asomó por la ventana del salón de clases y vio a varias jovencitas que charlaban y reían despreocupadas con algunos muchachos afuera del laboratorio de química. Penélope también era amiga de esos muchachos, pero nunca se sentía a gusto cuando estaban ellas. Esas muchachas eran de las guapas de la prepa. Ella era de las estudiosas y estaba flaca. No que no tuviera también sus admiradores, y ciertamente era muy apreciada y querida por todos sus compañeros. Sabían que jamás les negaría un favor y que incluso era capaz de dejarlos copiar en los exámenes, pero a esa edad, ser bonita era mejor que ser aplicada. Su inseguridad no era cosa nueva. Tenía vivo el recuerdo de cuando de niña, en un viaje a unas jornadas médicas de pediatría en Oaxaca a las que asistió su padre y a las que llevó a toda la familia, uno de los doctores tenía una hija, más o menos de su edad, güerita, rubia y de ojos claros. De regreso al hotel, tras visitar una de las zonas arqueológicas, el grupito de

Ejercicio sobre los sentidos. El oído. La máquina

  Ya había escuchado el pitido de alarma de esa máquina muchas veces en su papel de intérprete médico. Era de los sonidos típicos de la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales. Cada vez que comenzaba a pitar, la enfermera se acercaba al monitor, silenciaba la máquina, observaba al niño, le meneaba las piernas, le hacía cosquillas y le hablaba tiernamente: “Respira, bebé, respira”. Normalmente, el tacto y la voz de la enfermera bastaban para que el nivel de oxigenación volviera a estar dentro de los parámetros aceptables y la máquina no volvía a pitar. Sin embargo, había bebés cuya saturación de oxígeno bajaba constantemente. Su hijo era de ellos. Lo habían dado de alta no porque estuviera bien, sino porque lo que tenía no se quitaba y los médicos pensaban que era cuestión de tiempo para que por fin fuera imposible silenciar la máquina. La familia se organizó para que siempre hubiera alguien de guardia: ella, su esposo, sus suegros, sus propios padres, que habían adelantado su viaje

El espacio como un personaje más del texto literario

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La banda de chiquillos subió lentamente y pegaditos la treintena de escalones que conducen a la planta alta de la casa de los bisabuelos. La luz del celular, que les servía de linterna, arrojó al instante unas sombras largas sobre el suelo desgastado de terrazo verde. Sabían que eran sus propias sombras, pero no por eso dejaban de verse amenazadoras. No habían prendido la luz antes de subir para que la aventura fuera más emocionante, y aunque uno de ellos sintió el impulso de encender el interruptor al llegar al último escalón, los demás se lo impidieron. Se habían propuesto entrar a cada una de las habitaciones oscuras y desiertas que, desde hace muchos años, los miembros originales de la familia habían dejado de utilizar.   Si hubieran sido más observadores y hubieran estado menos nerviosos, habrían notado en las paredes descoloridas las señales del paso de los años y las manchas de las manos que sus mismos padres habían dejado de niños. Más de una vez, alguno

Greguerías

  Los gatos son divas disfrazadas.   El hambre es la campana del cuerpo.   Las canas son las cuentas en la pizarra de los años.   La flor de diente de león es una dama a la que le gustan las pelucas afro.   Las flores silvestres son las ocurrencias graciosas de la naturaleza.

Minerva (creación de un personaje a partir de una fotografía)

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Minerva se veía cansada, pero tranquila como todos los días. La mujer se levantaba de madrugada, se dirigía al centro de distribución y ya para eso de las 6:00 estaba abriendo el puesto de periódicos y revistas en una de las entradas del mercadito de zona El Calvario. Algunos comerciantes la llamaban “La China” por sus ojos rasgados y el gorrito que, si bien no tenía nada que ver, les recordaba al “Karate Kid”. Otros le decían “La Flans” por su ropa bombacha, estrafalaria y el montón de pulseras, anillos y el reloj de goma que parecían sacados de la época de los ochenta. Las malas lenguas decían que era marimacha y que ya estaba grandecita como para andar con esas ondas. Aunque la criticaban por su vestimenta, lo que más resentían unas cuantas envidiosas era el hecho de que ni los chismes ni las críticas parecían hacer mella en el gesto apacible de mirada suave y sonrisa leve de Minerva. Su personalidad era un imán que atraía a muchos de los trabajadores del mercado, jóvenes y viej

Autorretrato

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      Se levanta entre semana a las seis y media a duras penas, porque no le queda de otra, porque se le va a hacer tarde. Se toma la hormona tiroidea como cada día con el estómago vacío y un poco de agua tibia. Se sienta en el rincón destinado a la oración. Intenta, pero le ganan el sueño, los pensamientos y los afanes. “Perdón, Señor”, dice adormilada. Por fin, abre la Biblia y lee un salmo: “Cuídame como a la niña de tus ojos, Protégeme bajo la sombra de tus alas”. Cierra los ojos de nuevo y repite el verso, en una oración apenas susurrada. El tiempo corre. Ni modo. Hay que interrumpir la calma: Se hace tarde y el chiquilín de 17 años sigue dormido. Asume, entonces, el papel de generala y comienza a darle órdenes: “Levántate, apúrate, tómate la medicina”. Lo regaña, pero da el brazo a torcer como casi cada día. Le prepara el desayuno, lo atiende, lo consiente. Así comienza el día esta mujer morena de 52 años, de pelo salpicad

Ejercicio lúdico: Instrucciones para correr

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  Para correr Para correr, primero debes tener ganas, y si no, contrata a algún amigo, a tu esposo o a tu esposa, para que te obliguen a levantarte aunque sea a jalones. Pasa al baño, quítate las lagañas y abre bien los ojos para buscar tu ropa deportiva y ponértela como Dios manda (no sea que por andar a ciegas te la pongas al revés). Si la razón por la que quieres correr es bajar de peso, el primer reto será ponerte las mallas. Respira hondo, sume la panza y, dando brinquitos, súbelas hasta que te lleguen cuando menos al ombligo. Te recomiendo que uses una camiseta holgada para disimular las llantas; así te dará menos vergüenza en caso de que te topes con algún conocido. Luego, ponte las calcetas y los tenis de correr: el derecho, en el pie derecho; el izquierdo, en el pie izquierdo (si no, lo más seguro es que te tropieces a los dos pasos). Si de casualidad las agujetas de los tenis son de las que fácilmente se resbalan, hazles doble nudo para que no tengas que detenerte a medio c